El mercado era ligero y dulce, dulce como el sabor de una manzana con un gusano dentro. Mi falda tenía bordada, en su orilla, la primavera. Y se enredaba un trozo de bosque con el rojo de mis coletas. El traje azul de mamá era un mar soplado por la brisa, oleaje de flotante seda, una acuarela de movimientos en el despertar del aire. El traje azul de los domingos le olía a naranjas y vapor de plancha. Papá la cogía de la cintura, mientras tú ibas aferrada a la mano de la tata. Yo me quedaba detrás, con el abuelo, que recogía las manzanas del suelo y me enseñaba a pelarlas con su navaja de plata. La sangre de la fruta en mis diminutos dedos, pegajosa y dulce como el beso de un caramelo. Luego me hacía encenderle un cigarro que nunca acerqué a mis labios y que soplaba como quien aviva la diminuta hoguera del pecado. No digas nada. Y mi cabeza flotando de izquierda a derecha desdibujándole el humo al tabaco. Yo soñaba con las nubes rosas del quiosco de Doña Mercedes, mujer giganta a la que imaginaba parida por el quiosco, nacida entre las golosinas, alimentada de ellas; dichosa. Nubes sin tormentas de fin de semana.
Una, dos y tres -en su voz infantil- el escondite inglés. A mi alrededor jugaban las hijas e hijos de los puestos del mercado. La niña del pescado; con sus escamas transparentes adornándole la blusa como brillantes lentejuelas, el niño de la cara verde verdura y nariz de pepino, el niño triste y sucio de las papas, la niña bonita de los colorines con su aire a Mafalda, o el idiota de los discos de vinilo “Oferta 2 x 1” te meto un guantazo que te mato. Un día el puesto de la fruta me cogió de la mano para que jugara sobre los palés, debajo de todas aquellas manzanas, a escondidas por los sacos que colgaban como cortinas de soga. Un, dos, tres, el escondite inglés. El mundo allí debajo era un ruido de zapatos, una mano en la boca y mi primer beso en los labios. El olor a las flores del puesto de enfrente; el perfume de la tarde.
- No salgas, nos van a encontrar – me susurraba.
- Espera aquí, no te preocupes – le decía.
Le robé un tulipán del jardín imaginario del puesto de enfrente, el barreño se quedó con un hueco, como se hubiera quedado el trozo de tierra al que le arrancan una flor y la vida parecía un cuaderno hecho con trazos vacíos que había que colorear con los crayones del ingenio. Me lo agradeció con el segundo beso.
- Abuela se ha caído, abuela se ha caído.
Escuché la voz de mi hermana como quien escucha una alarma de incendios. Corrí hacia ella. La cabeza roja y gris de la abuela en el suelo parecía una fruta partida de las que recogíamos del suelo. Las raíces del árbol que la sostenía el vástago de aquella rota manzana. El abuelo lloraba y la falda de mamá descansaba en el suelo como un cielo rendido desfallece sobre la tierra en los días de verano. Alguien me tapó los ojos y el alma.
Hoy vuelvo al mercado. Papá y mamá se han ido al super que hay cerca de casa. Tú de la mano de ese chico extranjero tan alto. Mi falda es más diplomática; huele como a tintorería, informe y despacho. Los puestos de madera ahora son de plástico. La frutería ha cambiado de lugar, no veo sus besos, como si aún tuviera la mano de aquel extraño vendándome los ojos. Compro un tulipán y un kilo de manzanas. El tulipán lo coloco bajo aquel árbol, me llevo a la boca una de las manzanas y me pregunto cuál de todas ellas estará envenenada.
Una, dos y tres -en su voz infantil- el escondite inglés. A mi alrededor jugaban las hijas e hijos de los puestos del mercado. La niña del pescado; con sus escamas transparentes adornándole la blusa como brillantes lentejuelas, el niño de la cara verde verdura y nariz de pepino, el niño triste y sucio de las papas, la niña bonita de los colorines con su aire a Mafalda, o el idiota de los discos de vinilo “Oferta 2 x 1” te meto un guantazo que te mato. Un día el puesto de la fruta me cogió de la mano para que jugara sobre los palés, debajo de todas aquellas manzanas, a escondidas por los sacos que colgaban como cortinas de soga. Un, dos, tres, el escondite inglés. El mundo allí debajo era un ruido de zapatos, una mano en la boca y mi primer beso en los labios. El olor a las flores del puesto de enfrente; el perfume de la tarde.
- No salgas, nos van a encontrar – me susurraba.
- Espera aquí, no te preocupes – le decía.
Le robé un tulipán del jardín imaginario del puesto de enfrente, el barreño se quedó con un hueco, como se hubiera quedado el trozo de tierra al que le arrancan una flor y la vida parecía un cuaderno hecho con trazos vacíos que había que colorear con los crayones del ingenio. Me lo agradeció con el segundo beso.
- Abuela se ha caído, abuela se ha caído.
Escuché la voz de mi hermana como quien escucha una alarma de incendios. Corrí hacia ella. La cabeza roja y gris de la abuela en el suelo parecía una fruta partida de las que recogíamos del suelo. Las raíces del árbol que la sostenía el vástago de aquella rota manzana. El abuelo lloraba y la falda de mamá descansaba en el suelo como un cielo rendido desfallece sobre la tierra en los días de verano. Alguien me tapó los ojos y el alma.
Hoy vuelvo al mercado. Papá y mamá se han ido al super que hay cerca de casa. Tú de la mano de ese chico extranjero tan alto. Mi falda es más diplomática; huele como a tintorería, informe y despacho. Los puestos de madera ahora son de plástico. La frutería ha cambiado de lugar, no veo sus besos, como si aún tuviera la mano de aquel extraño vendándome los ojos. Compro un tulipán y un kilo de manzanas. El tulipán lo coloco bajo aquel árbol, me llevo a la boca una de las manzanas y me pregunto cuál de todas ellas estará envenenada.
16 comentarios:
Merodenado... Imaginando... Añorando...
Esta ventana que abres me ha traído, hoy, el cielo.
Tantris.
Me ha encantado la historia, paciente. La descripción es maravillosa y la melancolía que destila casi se puede saborear, lo mismo que las manzanas. ¿Sólo es posible soñar en la infancia?
suena a cuento de un jardín
una pequeña novela dedicada al movimiento
la manzana que madura
el tulipán que desflorece
el beso que aún sigue naciendo
la vida que se va, no sin cierta nostalgia, nunca confundida con dolor
tu cuento de jardín no duele
nada de pérdida-de-inocencia ni canto-por-la-vida ni idioteces de esas
solo movimiento en estado puro
un contraste íntimo
una fragancia dulce a base de palabras precisas
el signo impostergable de volver una y otra vez al sabio jardín
y, en mi caso, irse a dormir con un rumor de sonrisa en los labios (acá es méxico, pasada la medianoche)
Tantris
Yo también añoro, añoro esos momentos, esos...
Pues no he entendido lo del tulipán debajo del árbol, pero me rindo. Estoy cansado. Me gusta, tal como está.
Pensaré que es el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, o como se diga.
No sé, yo diría que sigues jugando al escondite de vez en cuando.
Por cierto, anoche, mordí la manzana por el lado que no se ve, sin que te dieras cuenta... Si no apareces me la comeré entera...
Uf. Ni por esas sale... ¿Dónde estará metida?
¡¡Zas, te pillé!!
Vale, nena, ya he aceptado pasear por tu plaza--con cerveza, pero sin gúisquises, que me conozco, jaja- Y ahora me paseo por el mercado, aquí se llama así Plaça del mercat, umm los puestecillos de fruta, el olor, la infancia ¿me regalas una manzana? correré el riesgo de que esté envenedad, hay que correr riesgos.
Una rosa para ti y el conjunto de tu niñez
Me ha gustado mucho la entrada. Te saliste de tu estilo y me ha gustado. Me encanto lo de bordada la primavera en la orilla de la falda, me encantó de veras.
Mi abrazo enorme y fuerte querida paciente, fuertote.
El rubor de las manzanas y la tentación de volver siempre a este pasillo, a estas luces de mar azul soplado por la brisa; a la flor siempreviva de tu letra.
Pues no pensé en un primer momento en ese desenlace, tan fatal. Imaginé un gran tropezón, que ya es bastante... Pobre.
Vaya momento, pa despistarme, yo, ¿no?
¿Realmente fue una caída o un desfallecimiento?
Todas las manzanas estan envenenadas.
Tods las manzanas nos hacen envejecer antes de tiempo.
Y sólo los besos robados entre los tulipanes hacen que el veneno desaparezca por un sólo segundo
Siempre tuve la duda si existía o no un tulipán negro. Alguna vez oí que fue buscado con afán en un tiempo olvidado, bajo el cielo perlado de una costa ganada al mar, sembrada de esfuerzo, flores y molinos.
Quizás el encanto de no saber yace precisamente en la incertidumbre, en el que tal vez dentro de la más bella manzana puede aparecer un gusano, que la mejor flor puede esconder un puñado de espinas o que un tulipán negro puede ser un tesoro que sólo está vedado a quienes no se atreven a desentrañar el misterio de mascar la manzana, aún sabiendo que pueda estar envenenada.
Beso, de manzana verde.
La infancia no se va si no existe el miedo al extraño.
Madurar como una manzana no siempre es bueno.
Prefiero el rubor de la manzana, el beso casi a escondidas, la locura. Al fin y al cabo quien puede decir que el veneno no le ha encontrado...
Escribes muy bien, por lo que transmites y sobre todo por la forma de describir.
Un saludo rojo
oye, es injusto que no aparezca un correo electrónico dónde visitarte, ¿por qué te cortan así la comunicación en el pasillo?, ¿cómo le hace uno si quiere llevarte un regalito hasta tu habitación?
Fantástico. con tu permiso te añado en favoritos.
¡qué decir!
¡yo quiero ese formulario!
justo ayer escribía un poema que comenzaba así:
"Ansío convertirme en pájaros
derivado de un encuentro
con una muchacha que sepa dibujar mandalas
o un hombre que beba té de jazmín"
(aún no me he sentido pájaro pero sí quiero volerme varios pájaros a la vez)
la voz que escucho es la mía... ¿cuál de todas?
sí, sí, a veces vale la pena la burocracia
haría poesía al responder todas esas preguntas
igual y a la mera hora termino siendo vecino tuyo en lugar de una visita de paso
sería lindo, no lo dudo
concerlos a todos, a ti
ofrendarles palabras, rulemanes
¿tu ventana da a algún bosque?
vale, admito que quiero intentarlo, quiero ser héroe que enfrenta a todos los trámites dragón del reino
muy bonita historia, me han ganado las ganas de llorar y el cariño que exudan tus letras
Publicar un comentario