Yace sobre la cama el vestido rojo, los zapatos negros de satén reposan cansados en el suelo, como si alguien los hubiese caminado un siglo. Recito un poema de Mira Bai mientras escucho a Nina Simone muy bajito, abro una botella de vino francés y noto cómo el frío sube por mis pies descalzos. En una noche así la gente desaparece bajo los colores de sus trajes, excepto ellos que van de luto y se ocultan en sombras. Hay tráfico y ruido de petardos caminando por las calles. Y una luna descorchando el marco de mi ventana. Los años pasan con una suerte de lluvias, la muerte sucumbe cuando las horas se quedan solas y yo me mantengo viva en este coma crónico que insiste en el Fly me to the moon que comienza a acelerar su piano. Brindo con el aire el 2009 antes de que llegue a esta parte del mundo, si estuvieras aquí lo celebraría con doce besos y sin las insolentes campanadas. No cierres los ojos para olvidarme dijo ella, pero el horrible sueño me busca gradualmente los párpados. Me espera Ana y mi maquillaje se ha derretido mientras bailaba este último vestigio que quedó entre la cognición y el suelo. La bocina suena dos veces, debo ir a esa fiesta donde tuvimos que hablar, previamente, con un relaciones públicas que nos concedió un “permiso” para comprar la entrada de cien euros. Apago la música, la casa se queda huérfana de sonidos, el olor del vino es de una textura edulcorante que ha quedado clavada en tu ausencia. Es evidente que algo falta, la difracción de tus manos, la herida del portazo, el adiós como una bola de nieve enrostrándome de baldosas. Cierro la puerta, tengo que darme prisa. Me vestiré en el piso de Ana. Ciao casa. A esta noche, definitivamente, no le queda nada más que beber.
"Al llegar aquí, hace unos meses, afirmaba estar muerta. Desde que alguien se llevó mi equipaje donde tenía guardado un secreto y un cadáver..."
01 enero, 2009
Entre la cognición y el suelo
Yace sobre la cama el vestido rojo, los zapatos negros de satén reposan cansados en el suelo, como si alguien los hubiese caminado un siglo. Recito un poema de Mira Bai mientras escucho a Nina Simone muy bajito, abro una botella de vino francés y noto cómo el frío sube por mis pies descalzos. En una noche así la gente desaparece bajo los colores de sus trajes, excepto ellos que van de luto y se ocultan en sombras. Hay tráfico y ruido de petardos caminando por las calles. Y una luna descorchando el marco de mi ventana. Los años pasan con una suerte de lluvias, la muerte sucumbe cuando las horas se quedan solas y yo me mantengo viva en este coma crónico que insiste en el Fly me to the moon que comienza a acelerar su piano. Brindo con el aire el 2009 antes de que llegue a esta parte del mundo, si estuvieras aquí lo celebraría con doce besos y sin las insolentes campanadas. No cierres los ojos para olvidarme dijo ella, pero el horrible sueño me busca gradualmente los párpados. Me espera Ana y mi maquillaje se ha derretido mientras bailaba este último vestigio que quedó entre la cognición y el suelo. La bocina suena dos veces, debo ir a esa fiesta donde tuvimos que hablar, previamente, con un relaciones públicas que nos concedió un “permiso” para comprar la entrada de cien euros. Apago la música, la casa se queda huérfana de sonidos, el olor del vino es de una textura edulcorante que ha quedado clavada en tu ausencia. Es evidente que algo falta, la difracción de tus manos, la herida del portazo, el adiós como una bola de nieve enrostrándome de baldosas. Cierro la puerta, tengo que darme prisa. Me vestiré en el piso de Ana. Ciao casa. A esta noche, definitivamente, no le queda nada más que beber.
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3 comentarios:
Un buen bebedor sabe que no es lo último que debe hacer, eso es de manual.
Un buen bebedor no olvida, sólo prepara; o mejor, se prepara.
La bebida es un trampolín, un medio para llegar a un fin sin fin, a dar otra vuelta de tuerca que nos acerque al mundo a los adaptados (o arrodillados, que casi son sinónimos).
Un buen bebedor debe esperar al frío para que el beber sea el fin (eso lo aprendí de "la leyenda del santo bebedor").
Un buen bebedor debe soñar y beber dopado con venlafaxina: los sueños son nítidos y brillantes, aún lo recuerdo a veces.
Un buen bebedor debe soñar pero, sobre todo, debe esperar. Un buen bebedor debe autocontenerse mientras aspira a otra consciencia para seguir bebiendo.
Un buen bebedor no se maquilla; si uno bebe es para rozarse con otros de su especie, para saber que no siempre se halla en otra parte, para enraizar en una racha de viento, para expulsar una duna que arrolle un pinar chaparro y lo sepulte.
Un buen bebedor vive de memoria henchida de esperanza. En otro caso, sólo es un borracho.
Hay que ver el eterno personaje de la ausencia, la presencia tan cercana, siempre, y lo elegante que da en todos los escritos; es lo que el humo del tabaco al cine negro. Mejor que eso copas de vino con sonido Nina Simone, puertas que nunca se sabe si se abren o se cierran y vestidos fly me to de moon. ¿Tener o no tener?
Nunca retrases una buena cita por terminar un buen texto, no merece la pena...
¡Felicidad para el 2009!
Bien, por si hay alguna suspicacia, por pequeña que sea, en particular, de la autora, y ya de paso, de cualquiera de los lectores, aclaro que lo de "eterno personaje" hace referencia a la frecuencia con que aparece en todos los textos de todos los literatos del mundo, y quién sabe si más allá. Y es curioso, pero generalmente es bienvenida, la presencia de la ausencia como personaje literario. O, al menos, no molesta del todo... ¡Y lo más retorcido es que a veces hasta parece que nos falta algo si no hay una ausencia!
No es en absoluto un humo de aburrimiento, amiga. Yo odio la crítica destructiva, y sé que a los escritores, dependiendo de como nos pille, nos puede venir fatal.
La comparación con el humo del cine negro, estaba clara: me encantan esas películas. Aprovecho para recomendar alguna película: Tener y No Tener, El Sueño Eterno, El Halcón Maltés, etc.
http://www.youtube.com/watch?v=0V2y3diQBLQ&feature=related
Estaré en la habitación de al lado. Si me necesitas sólo tienes que silbar...
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