El ron trenzaba mi garganta, como una vez urdiste tú mi pelo; con diapasones de fuego entre los dedos. Una mirada intrusa jugaba sobre el contorno de mi sombra levemente, placentera. Paseando junto a mí por aquella playa, tornando soledades. Allí estaba, desnuda ante los ojos ciegos de la noche, acariciada por la revoltosa corriente de su aliento, proyectada hacia ese deseo silencioso y cínico que grita lento si estoy a solas. Me metí en el agua; tímidas espumas que acarician y hablan. Te dicen. Hundirme; la gravedad flotaba ya sin mí. Me desalojaba. Gotas que se unían en el cuerpo, las unas con las otras, como amantes que se rozan distraídas, el hormigueo inexistente de tu mano. La fiebre. Formaban esquemas de agua sobre la hipertermia de mi torso. Un boceto de tu tacto. Un ficticio esbozo de la superficie de tu mano. El examen lejano de aquella mirada me invitó a salir hacia donde estaba. Las huellas de mis pies, albercas en la orilla lapidadas en un instante, por los segundos relegados de un intermitente futuro. Que llega con urgencia de algo. De alga. La sombra de unos ojos me saludaba desde el borde de un abismo. Precipicios. Ven, me invitaba. En la arena; las diminutas olas seguían abrazándome, como el deseo que más persiste por haber sido rechazado. Nos rodea con su permanencia. Se desborda. Se anhela. Se resbala. La voluntariosa y sedienta anatomía, reclamaba humedad, la exigía…“Ene” me acercó la botella de ron a la boca, bebí devorando el ansia, construyendo un engaño de alcohol, dimensionando labios a lametazos. Los míos, los tuyos, los suyos. Narcótico de mentiras. Una gota derramada sobre la dermis, con su suave tránsito. Se desliza piel abajo. Mezcla de ron y sal. Abajo, abajo, abajo. La lengua de “ene” trazaba su recorrido. Abajo, abajo, abajo. Enroscada lengua, detenido aliento. La gota rodaba impaciente. Abajo, abajo, abajo. Mi estómago se contraía como un turbador latido. Boca resbaladiza. Abajo, abajo, abajo. Entraba en huecos verticales donde se anida la O como un disparo. Abajo, abajo, más abajo. “Ene” la recogía en delgados hilos de saliva, para llegar hasta su desembocadura y, allí; asesinarla a bocados.
- El ron no puede desperdiciarse, mi Sylvia Plath…- dijo.
CANCIÓN DE AMOR DE LA JOVEN LOCA (Sylvia Plath)
- El ron no puede desperdiciarse, mi Sylvia Plath…- dijo.
CANCIÓN DE AMOR DE LA JOVEN LOCA (Sylvia Plath)
“Cierro los ojos y el mundo muere;
Levanto los párpados y nace todo nuevamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
Sin sentir galopar la negrura:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Soñé que me hechizabas en la cama
Cantabas el sonido de la luna,
me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Imaginé que volverías como dijiste,
Pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente)
Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
Al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente). "
2 comentarios:
Cómo me gustaría ser "Ene" y poder tener a mi Sylvia Plath particular... Ay...
Tantris.
Qué celos de ese ron que hace perder el juicio de los poetas y luego les roba el alma con oficio aprendido en historias de marineros y de piratas.
Bueno, tal vez te gustaría leer este poema, escrito tras conocer un poco de la vida de esta inolvidable mujer. El título aparece justo al final de la obra.
No sé si te dejará enlazar desde aquí. Si no copia y pega:
http://afirmaohiere.blogspot.com/2007/12/finalmente-es-el-poeta-quien-ms-atenta.html
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