Supongo que lo conocerás, pero por si acaso: Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Entré sin GPS, no se veía ni fondo ni derecha. El camino parecía llano, ligero, de paseo agradable, como para olvidarse de uno mismo. Nada por perder mucho que ganar. Mal hablado por vocación, ingenioso por instinto de supervivencia, relaté todo tipo de historietas, el repertorio habitual, mientras mis pasos me empujaban sin tener ni puñetera idea de adónde. Pero seguí. Bla, bla, bla... y dos pasos más. Así, petulante, con la confianza que sólo da la ignorancia, seguí andando. Perdí la noción del tiempo. Cuando mi engreída garganta acalló un instante oí un sonido difuso. Me detuve. Algo no cuadraba. Mire, busqué sin demasiado ímpetu. Como no, seguí caminando, nunca he sido tan inteligente como para saber permanecer inmóvil. El sol se puso y se sorprendió mi pensamiento formal, aquel del que nos enorgullecemos los ignorantes; no podía concebir que la falta de luz, la escasez de claridad, no supusiera oscuridad. Comencé a sentirme como un pseudo-hechicero iluminado por el pellote. Lo que antes era tierra firme y segura ahora se transformaba en flora rica, abundante y frágil. El bullicio del silencio, calmo, imperturbable, me hizo despertar de mi somnolencia. Y entonces fluyeron: palabras, palabras y palabras; no eran mías – no – yo sólo construyo frases tildadas, tónicas, rimbombantes, absurdas y alguna vez lo suficientemente ingeniosas como para engañarme y seguir fraseando. Pero palabras no, nunca palabras. Eras tú, descriptiva, incisiva, cortante sin herir, rabiosa, metafórica sin saña ni contemplaciones. Lo llenabas todo sin darse uno cuenta, cual jazz melódico, rítmico y sin estridencias. Y leí, leí por ti. Y pensé, no siempre lo conseguí, pero lo intenté. Y apareció la noche. Te bastó una vez y lo entendí: “tanto escuchar y no te había dicho nada”. Era cierto. Te dolió, me dolió y me gustó. Me quité de dormir y te escribí, lo merecías. Aquí estoy.
Agradezco tus paseos por mi territorio. Agradezco las campanas, y la tristeza Plath y que me escuches y me leas. Yo vine, cuando al fin hubo el tiempo, vine.
El hecho de que vaya haciendo los comentarios así un poco salteados, no quiere decir que lo que se quede pendiente no me guste... A veces es sólo azar y otras veces pereza o falta de tiempo. De todas formas, como ya hay costumbre de pasar a menudo por aquí ya irán cayendo. También con las revistas y periódicos hago lo mismo. Y con los libros que se dejan, que los hay.
Hoy se me cierran los ojos ya. Pero he leído el texto sobre febrero y me ha parecido precioso. Sin embargo no me salen más palabras, ni buenas ni malas.
Sin embargo, sobre este "No llores", después de leer tantas cosas tuyas y creerme que te conozco tanto -supongo que es inevitable-, te diré que después de tanto pasar sobre él me entra un nosequé-quéseyo por el cuerpo cada vez más intenso.
Mejor escribir sobre aullidos. No llores. Mucho, digo.
¿Duermes o no? Dios, mientes muy bien. El caso es que te has dejado la ventana abierta y me he tenido que asomar a cerrarla desde fuera; que a esta ahora refresca.
Bueno, esta noche me conformo con que no llores, ¿vale?
Te prometo que un días dormirás. Sigo vigilante, a mi manera.
¿Por qué dices que miento bien? Puestos a mentir lo hago bien, claro. Pero todavía –que yo recuerde- no lo he hecho contigo. Sería una novedad decir que duermo o no duermo, la mayoría de las veces transito. Y eso sería todo. Bueno también podría decir que acabo de llegar, no he comido y me duele la cabeza…
7 comentarios:
Supongo que lo conocerás, pero por si acaso:
Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Oliverio Girondo, Espantapájaros, 18
Entré sin GPS, no se veía ni fondo ni derecha. El camino parecía llano, ligero, de paseo agradable, como para olvidarse de uno mismo. Nada por perder mucho que ganar. Mal hablado por vocación, ingenioso por instinto de supervivencia, relaté todo tipo de historietas, el repertorio habitual, mientras mis pasos me empujaban sin tener ni puñetera idea de adónde. Pero seguí. Bla, bla, bla... y dos pasos más. Así, petulante, con la confianza que sólo da la ignorancia, seguí andando. Perdí la noción del tiempo. Cuando mi engreída garganta acalló un instante oí un sonido difuso. Me detuve. Algo no cuadraba. Mire, busqué sin demasiado ímpetu. Como no, seguí caminando, nunca he sido tan inteligente como para saber permanecer inmóvil. El sol se puso y se sorprendió mi pensamiento formal, aquel del que nos enorgullecemos los ignorantes; no podía concebir que la falta de luz, la escasez de claridad, no supusiera oscuridad. Comencé a sentirme como un pseudo-hechicero iluminado por el pellote. Lo que antes era tierra firme y segura ahora se transformaba en flora rica, abundante y frágil. El bullicio del silencio, calmo, imperturbable, me hizo despertar de mi somnolencia. Y entonces fluyeron: palabras, palabras y palabras; no eran mías – no – yo sólo construyo frases tildadas, tónicas, rimbombantes, absurdas y alguna vez lo suficientemente ingeniosas como para engañarme y seguir fraseando. Pero palabras no, nunca palabras. Eras tú, descriptiva, incisiva, cortante sin herir, rabiosa, metafórica sin saña ni contemplaciones. Lo llenabas todo sin darse uno cuenta, cual jazz melódico, rítmico y sin estridencias. Y leí, leí por ti. Y pensé, no siempre lo conseguí, pero lo intenté. Y apareció la noche. Te bastó una vez y lo entendí: “tanto escuchar y no te había dicho nada”. Era cierto. Te dolió, me dolió y me gustó. Me quité de dormir y te escribí, lo merecías. Aquí estoy.
Querida Paciente número veinticuatro:
Agradezco tus paseos por mi territorio. Agradezco las campanas, y la tristeza Plath y que me escuches y me leas. Yo vine, cuando al fin hubo el tiempo, vine.
M
El hecho de que vaya haciendo los comentarios así un poco salteados, no quiere decir que lo que se quede pendiente no me guste... A veces es sólo azar y otras veces pereza o falta de tiempo. De todas formas, como ya hay costumbre de pasar a menudo por aquí ya irán cayendo. También con las revistas y periódicos hago lo mismo. Y con los libros que se dejan, que los hay.
Hoy se me cierran los ojos ya. Pero he leído el texto sobre febrero y me ha parecido precioso. Sin embargo no me salen más palabras, ni buenas ni malas.
Sin embargo, sobre este "No llores", después de leer tantas cosas tuyas y creerme que te conozco tanto -supongo que es inevitable-, te diré que después de tanto pasar sobre él me entra un nosequé-quéseyo por el cuerpo cada vez más intenso.
Mejor escribir sobre aullidos. No llores. Mucho, digo.
¿Duermes o no?
Dios, mientes muy bien. El caso es que te has dejado la ventana abierta y me he tenido que asomar a cerrarla desde fuera; que a esta ahora refresca.
Bueno, esta noche me conformo con que no llores, ¿vale?
Te prometo que un días dormirás.
Sigo vigilante, a mi manera.
¿Por qué dices que miento bien? Puestos a mentir lo hago bien, claro. Pero todavía –que yo recuerde- no lo he hecho contigo. Sería una novedad decir que duermo o no duermo, la mayoría de las veces transito. Y eso sería todo. Bueno también podría decir que acabo de llegar, no he comido y me duele la cabeza…
Jiji, entonces me equivoqué de ventana.
O tal vez era la almohada la que estaba echada sobre la cama a oscuras, no sé.
¡Creía que eras tú, nada más!
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