"Al llegar aquí, hace unos meses, afirmaba estar muerta. Desde que alguien se llevó mi equipaje donde tenía guardado un secreto y un cadáver..."

04 marzo, 2014

El movimiento del silencio




Tú no quisiste esperar y yo no supe darme prisa


Ha llegado el silencio con sus manos de tenerlo y no tenerlo, ha llegado el silencio con ese movimiento que te arrebata la boca cuando quieres abrirla. Llegó para que tú desaparecieras como lo hacen las sombras en la oscuridad más absoluta. Como lo hacen las cosas que están debajo de otras cosas. Así.

Desaparece todo, se quedan vacíos todos los pasillos, ni mis tacones ni tus zapatillas, ni la chaqueta que cae al suelo ni el vestido, ni los besos en desorden sobre mi  pelo, ni las manos ordenadas sobre tu sexo,  ni los cuadros que sólo yo miraba porque encontraba algo en ellos, ni tu velocidad ante el desnudo, ni el niño con triciclo, ni los cuchillos, eso que era tan sólo tuyo  y apenas se escapa sin hacer mucho ruido, el vacío del suelo me dice que  no estás y que ya no queda nada en el pasillo. Sólo ese movimiento del silencio que camina de un lado a otro mirándome, encaramándome en el tacto de la alfombra para dibujar tus pies y que caminen de nuevo  conmigo. Te has ido.

 Te has ido. Por si algún día hubieras venido.

Cómo sería una vida en silencio, dime, puedes tú saberlo, cómo podría sostenerse el mundo con tanto silencio, a la cama sobrándole un lado, al armario quedándole un hueco como una herida gigante de bala, los zapatos abandonados a la suerte de un trastero, universo despojado y mínimo. Yo estoy aquí, llenando el tiempo de cosas, chocándome con cada uno de tus objetos que voy recogiendo como si fueran trozos de una taza que mi mano tiró al suelo. No me atrevo a pegarlos, no sé cómo hacerlo. No sé si quiero hacerlo.

Ya no se oye nada en el pasillo, tubería seca por donde ya no pasa agua, agrietándose de imágenes que no existen, que no están, que pasean sobre mis ojos como hologramas difusos, como mi cuerpo invisible que lo único que espera es follar contigo en ese pasillo, aunque ahora sea tarde, aunque todas sus paredes se encuentren desvestidas y ya  los cuadros que miraba, definitivamente,  se hayan caído.


2 comentarios:

Carz dijo...

Escribió Mailer que la gente más desgraciada es la que pretende hacer del amor un arte. Eso malogra cualquier otro esfuerzo. Durante mucho tiempo creí que era cierto, pero ya no sé si estoy de acuerdo.

Acaso no haya nada más necesariamente humano que el hacer del amor un arte o de una carta una puerta a lo transcendente. Incluso resulte más necesariamente humano que llenar un pasillo vacío de follaje.

Definitivamente suena demasiado grave, y dicen que todo lo grave que sube acaba bajando. Salvo si alcanza la velocidad de escape, claro.

Carz dijo...

Es fácil decirlo, pero han sido tres años y casi medio, el tiempo pasado. Y no me pregunto si los girasoles pierden su cabezas, o si la necedad tenderá al infinito en un patio de luces donde se tienden las almas de los fielmente ateos.

Y, aunque nada se oiga y se derrumbe el pasillo, a pesar de mi claustrofobia, restauro vorágines y arrullo campos de lavas antiguas que asemejan gigantes que son como niños.