"Al llegar aquí, hace unos meses, afirmaba estar muerta. Desde que alguien se llevó mi equipaje donde tenía guardado un secreto y un cadáver..."

14 abril, 2009

Elipses solitarias

[Aviso a quien lee: Esto no es más que un pellejo desprendiéndose del corazón.]


“Tiene el Alma momentos Vendados-/ cuando pasmada, inmóvil-/ siente que llega un Susto horrible/ y se para a observarla-” Emily Dickinson.


Era Mozart, de nuevo, arrancándole al Rudolfinum, los matorrales del sueño. La noche venía con ese esfuerzo; demasiado evidente, del cielo, por oscurecerse. Nos parecía que era diciembre o el vaho en las ventanas dibujando el invierno. Constantemente me pregunto si lo recuerdas o todo sigue bajo llave. Hoy hace un año, no dos. “Me conviene exagerar”. No, no te conviene, porque entonces se hace mucho más latente la [in]diferencia; tú pasas días, yo los cuento para luego cortarme los dedos. He vuelto, sí, a pesar de que una vez me lo prohibieras “No vayas nunca sin mí”, ya lo hago todo sin ti, y no creas que no me cuesta. Días de cuerdas en mi garganta, desgastadas con el roce del tiempo, como el arco frota con su mano el sonido del violín. Mis cuerdas, sí, desafinadas a intervalos de quinta: sol, re, la y mi; ya no suenan, es el silencio. Pero el maldito violinista sigue ahí, en el mismo puente, con el mismo Schubert y con el alma justo debajo del pie derecho, como me explicaste aquella vez. Rotas las cuerdas, las farolas, los pasos y los ojos en las manos todo vuelve a su sitio, como si alguna vez lo hubiera tenido; como el cuadro de aquella pintora que te gustaba tanto, que compré en secreto para tu cumpleaños -nunca hubo cumpleaños- y ahora cuelga de mi pared. Ya ves, aún me sobra masoquismo y ganas de pensar en ti. Paseo sobre la ciudad o sobre una evidencia, deseando llegar a ninguna parte, diría desaparecer. Otra mujer, otra, mira al río Moldava ahogando el sueño de una multitud que desprecia. ¿Alguna vez piensas en mí? Estas cosas pasan, si lo sé, no es eso, es que…no sé, a veces…a veces pretendo tenerte a mi lado para poder volver a mirarte aunque sólo sea por última vez, como esas frases tan pueriles que se escriben en la adolescencia, o las que te garabateaba en la sala de estudios, en aquel papel, qué idiotez. Si lo sé. En realidad todo sigue igual, lo único es que ahora el reloj astronómico de la Plaza Vieja siempre da la hora marcada. Qué triste que un reloj haga, repetidamente, eso ¿no crees? Me quedé mirándolo un rato, quizás esperaba algún cambio o que se parara en seco; alguna estúpida señal que indicara que una mirada puede cambiar el mundo o los sentimientos. En esta ciudad, te lo dije una vez; tan perversamente romántica, todo sigue igual. Incluso Ke Stavinci permanece aquí. Supongo que la vida tiene ese transito de no enterarse de nada o yo me empeño en ser como un Cartier-Bresson eternizando un momento. Mi fotografía: Hay en ella desaparecidas caricias en las manos heridas, susurros inquietos que son como el grito de un niño pidiendo de comer, una sábana que es una niebla secreta, me envuelve un solitario abrazo hacia mi propia espalda desnuda. El calzado, de día, va apretando debajo de la mesa sin encontrar otros pies, tan variables como las certezas de querer hallarlos otra vez. Y hay, también, en una esquina, un invisible martillo que profesa un golpe en mi nariz a modo de fin de sinfonía. Lloro mucho detrás de la puerta de la habitación, allí donde nos abrazábamos antes de salir, creo que el recepcionista se ha percatado de algo porque me mira mucho a los ojos. Me tengo que ir, he incluso la cuenta del hotel me comenta que el mundo está hecho para dos. Pero no pasa nada, nada, no te preocupes por mí, ¿lo haces? es sólo que hoy, por ser hoy, se me ha roto el violín.


Quisiera despedirme dándote mil besos por todas partes, pero sólo me queda decirte; desde tan lejos, Dobrou noc, omito el amor, por supuesto, no quiero que te enfades...



[Nunca pensé que estuvieras reprochándome nada, sería un tanto paradójico ¿no?]