[Nunca pensé en el sabor de la sangre. Ni en el principio exacto del silencio. Ni en el escalofrío de un cuerpo al chocar contra las aceras. La verdad, nunca pensé demasiado en el dolor de una bota, en hilos rojos enhebrando una nariz, ni en los labios contra el piso. Nunca pensé en la mirada fría del terror. Pero ahora sé, sé cómo se pronuncia un aullido cuando la respiración se ha quedado sorda, sé cómo los dientes se hienden en la carne desgarrándola, abriendo un hueco asimétrico para que caigan pedazos de ti a la calle. Sé del roce fino de un cuchillo sobre los huesos, con ese gemido seco y último de la piel. Ahora sé. Ahora sé del crujir ocre de las piernas, de la saliva agria pegada a la cara, tirante como la costra de una herida. Ahora sé que es preferible una patada en las manos a una en la cabeza, cubrirme la cabeza. Ahora sé escuchar todos los códigos rojos de la violencia. Ahora lo sé.]
La noche parecía un fusil sin guerra. Yo nunca he tenido muy buenas ideas; sacarle fotos a una ciudad desierta después del temporal fue una de ellas, no puedo más que sucumbir a todos esos escombros que quedan, como si me mirara en ellos; en las latas vacías, las colillas dormidas, los semáforos apagados, eso que me siento tiene algo de exceso, de desperdicio, algo de piedra arrastrada por barrancos de agua marrón hasta la orilla de cualquier acera. Es cuestión de tener emergencias de una misma, de poder sentirte mejor que una bolsa rota en medio de la calle. Pensar en la dentadura postiza de la fealdad, las ruinas no son más que el fracaso de lo que fueron nuevas construcciones, de consagraciones pasadas y allí se habla del presente, del pasado y del futuro, sin que nadie responda a nada. Siempre existe ese momento en que la vida te parece una estatua turbia de barro y no por ello dejas de pensar en sentirte mejor. El viento me cubría los abrigos con su constante silbido mientras la ciudad me caminaba; sobre mí pasaba la ciudad en cada avenida, como si lo único posible fuera que las calles le pasearan a los pies y no a la inversa, el camino se iba construyendo a sí mismo, hacia el mundo, para el mundo, como se hace con los sueños. ¿Has notado alguna vez la fuerza de una mano en medio de la espalda rompiéndote contra el muro? ¿Has sentido cómo se te agrietaba la piel cuando alguien intentaba arrancarte la cámara que llevas colgada al cuello? Así se rompe un pensamiento; con una pregunta, con un golpe seco. Caía al suelo con el esquema confuso de las interrogaciones. Yo, caía al suelo. No sabes de la magnitud física del impulso, del movimiento desestructurado de un cuerpo rebotando en el asfalto, de la voz inédita de las piedras gritando al oído con el mismo estruendo de un triturador salvaje, el croar de la mandíbula. Lijas eléctricas rozándome la piel que va perdiendo su geometría humana. Una multitud de botas, un enjambre de puños, el hierro de mi propio trípode golpeándome en la boca. Revolverse en el suelo como un animal, morder como un animal, pegar como una bestia sufriente/sangrante. Y las luces desde el suelo, desde allí, parecen moverse como centellas entre las sombras con la agonía mínima de una chispa en una hoguera. Los golpes llenándose de silencio, en rumores de manos, voces lentas, ventrílocuas, casi dormidas, que se alejan cuando tu cuerpo es ya un corazón gigante que late fuera del pecho. Latas, colillas, semáforos, sangre, ruinas, barro, una bolsa en el suelo. Y los oídos enfermos que sólo alcanzaban a escuchar el dolor que era yo misma intentando ponerme en pie, con toda la intención del mundo acumulada en los brazos, luchar contra el peso del cuerpo, levantar una roca o un final, sometida al sentimiento puntual de una derrota que me ardía y aniquilaba como una guerra.
Martes, madrugada.
La noche parecía un fusil sin guerra. Yo nunca he tenido muy buenas ideas; sacarle fotos a una ciudad desierta después del temporal fue una de ellas, no puedo más que sucumbir a todos esos escombros que quedan, como si me mirara en ellos; en las latas vacías, las colillas dormidas, los semáforos apagados, eso que me siento tiene algo de exceso, de desperdicio, algo de piedra arrastrada por barrancos de agua marrón hasta la orilla de cualquier acera. Es cuestión de tener emergencias de una misma, de poder sentirte mejor que una bolsa rota en medio de la calle. Pensar en la dentadura postiza de la fealdad, las ruinas no son más que el fracaso de lo que fueron nuevas construcciones, de consagraciones pasadas y allí se habla del presente, del pasado y del futuro, sin que nadie responda a nada. Siempre existe ese momento en que la vida te parece una estatua turbia de barro y no por ello dejas de pensar en sentirte mejor. El viento me cubría los abrigos con su constante silbido mientras la ciudad me caminaba; sobre mí pasaba la ciudad en cada avenida, como si lo único posible fuera que las calles le pasearan a los pies y no a la inversa, el camino se iba construyendo a sí mismo, hacia el mundo, para el mundo, como se hace con los sueños. ¿Has notado alguna vez la fuerza de una mano en medio de la espalda rompiéndote contra el muro? ¿Has sentido cómo se te agrietaba la piel cuando alguien intentaba arrancarte la cámara que llevas colgada al cuello? Así se rompe un pensamiento; con una pregunta, con un golpe seco. Caía al suelo con el esquema confuso de las interrogaciones. Yo, caía al suelo. No sabes de la magnitud física del impulso, del movimiento desestructurado de un cuerpo rebotando en el asfalto, de la voz inédita de las piedras gritando al oído con el mismo estruendo de un triturador salvaje, el croar de la mandíbula. Lijas eléctricas rozándome la piel que va perdiendo su geometría humana. Una multitud de botas, un enjambre de puños, el hierro de mi propio trípode golpeándome en la boca. Revolverse en el suelo como un animal, morder como un animal, pegar como una bestia sufriente/sangrante. Y las luces desde el suelo, desde allí, parecen moverse como centellas entre las sombras con la agonía mínima de una chispa en una hoguera. Los golpes llenándose de silencio, en rumores de manos, voces lentas, ventrílocuas, casi dormidas, que se alejan cuando tu cuerpo es ya un corazón gigante que late fuera del pecho. Latas, colillas, semáforos, sangre, ruinas, barro, una bolsa en el suelo. Y los oídos enfermos que sólo alcanzaban a escuchar el dolor que era yo misma intentando ponerme en pie, con toda la intención del mundo acumulada en los brazos, luchar contra el peso del cuerpo, levantar una roca o un final, sometida al sentimiento puntual de una derrota que me ardía y aniquilaba como una guerra.
18 comentarios:
es, creo, lo mejor que le he leído pacientita.
ruinas no son más que el fracaso de lo que fueron nuevas construcciones, de consagraciones pasadas y allí se habla del presente, del pasado y del futuro, sin que nadie responda a nada
EXCELENTE!!!!
Y decime,
¿es mejor saberlo o preferís esa pompa ligera del pasado, ese "no saber"?
(salud, abrazo)
Se me cortó la respiración y me acordé de volver a sentir el aire en mis pulmones momentos después de acabar de leer... Escucha mi aplauso a través de las letras como yo escuché el lamento de esas "emergencias de una misma"!
Felicidades Paciente 24. Un relato triste, doloroso, aplicando la destrucción y construcción de uno mismo en cada palabra... Simplemente ESPECTACULAR!
Tragando Saliva..
Conchi.
Un saludo.
Los locos que se consideran locos... no están locos.
Diagnóstico:
-Darte el alta médica antes de que te acostumbres a los barrotes de tu celda, i no sea posible la recuperación.
Es coña xD, me parece un texto muy reflexivo y un poco "loco". ¡Me encanta!
Saludos! :)
Después de volver a leer tu anterior entrada y ésta, me hago cargo de tu forma de divagar realistamente, o eso creo...
por qué te has inspirado en este tema me pregunto, en que ciudad o ciudad pensarías para enhebrar tu relato? brutal de todas formas.
Me dejo llevar por cada fuerza descriptiva.
Vine un poco a tirar del salvavidas que te lanzaba el otro día, para ver si te agarras o te lleva la corriente; cortadas las carreteras y telecomunicaciones no tengo otra forma de saber de ti. Qué triste encontrarlo todo de esta manera. Para comunicar contigo sólo queda tirar del hilo telefónico, blanco, del cordaje anudado en el salvavidas.
A todo eso ningún temporal me arrancó nunca ninguna cámara alguna vez, y a este paso no creo que lo haga. Lo que sí que noté fue el empujón de una mano como ésa, contra su muro; quizá contra sus muros, no el mío, porque el de Berlín ya hacía años que había caído, y desde esa época intentar recomponerme a pedazos: como un rompecabezas de hombre, dijo el poeta, sucio; embarrado. Continente del Condado Abracadabrado de Wisconsin. Año americano diez o doce antes de Cristo.
Te sigo leyendo. Hasta pronto.
Un abrazo solidario.
Contra la pared.
"Así se rompe un pensamiento; con una pregunta, con un golpe seco". Not with a bang, but with a whimper (Eliot).
Esa declaración del saber¡es escalofriante porque es precisa! Ahora lo sé.
La madrugada del martes es un descubrir,una vez más, que llegará el día siguiente y todos los horrores, toda la fealdad, todos los muros, seguirán creciendo.
Un día, brilla el sol y oculta todo.
Un beso.
Sobrecogedor...
Sin palabras.
Me encantas.
Querida paciente, me has dejado sin respiración por un instante. Ahora mismo voy a escribirte un mail...
Y te mando un abrazo fuerte fuerte.
Desde la ambulancia veo el hospital. Mirando sus colores, tengo miedo de llegar.
Soy otro paciente,
JAJAJAAJA ES LA PRIMERA VEZ QUE DESCUBRO QUE ME SIGO A MI MISMA JIJIJI EL TEMA ES QUE TENGO DOS CLAVES Y HAGO CADA LIO PERO MI BLOG SE LLAMA ESCRIBIR ES SEDUCIR Y ES EL UNICO QUE TENGO JIJIJI NO FUE MI INTENCION SEGUIR MI PROPIO BLOG LA TECNOLOGIA ME HA SUPERADO GRACIAS POR EL COMENTARIO
SALUDOS
Inevitablemente, el principio de tu entrada me ha recordado a una canción de Marea.. que dura es la vida, joder.
Me ha hecho ilusión que google me recomiende.. son unos cachondos, ¿que no?
Un besito Paciente.
pd. cada día me gustan más tus escritos..
Me pude imaginar todo tan perfecto que hasta saborié el olor a hierro que escupe la sangre!
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