Disparo a la lluvia; sin paraguas, una bala de nieve. Hay algo que siempre está huyendo en la ciudad de Lisboa, y ahora corre delante de mí, como un animalillo al que le ha mordido la noche, para luego esconderse en clandestinos callejones, en umbrales de plomo. ¿Soy yo? La luna me pide las credenciales de sombra y yo le entrego mi carné de fantasma, mi identidad de insolvencia, mi equivalencia de escoria. Me guiña el ojo, me abre un eclipse, entro, me balanceo en su filo de más negro a más negro. La luna flota como una bola de papel lanzada al cielo por el impulso de una niña o es un agujero pequeño pintado con una tiza de colegio. El animal, asustado, me destroza a dentelladas una pierna que no existe, ese miembro invisible y metafísico que me envuelve, esa presencia que no se desprende porque sólo sabe volar levemente sobre una mentira a modo de alfombra. Podría ser Madrid, pero es Lisboa. La lluvia cae levemente sobre mi cuerpo como una navaja acaricia suavemente un cuello. Sus gotas, sí, son cuchillos afilados que van cayendo como las cortantes agujas del tiempo caen dando las seis y media, clavándose poco a poco en el fondo hasta cerrar una tijera. Entiendo que soy ese animal, asustado, que interpreta el orden de las cosas con el revés de esta violencia. Entiendo mi desorden, extraño para otros, y entiendo que las mordidas no terminarán nunca, que quedarán animales muertos escribiendo sobre los sentimientos a la velocidad del paso de una hoja. Mi animal, claro, es invisible a los ojos que maduran la censura, esos que lanzaría a la hoguera de sus propias variaciones. Mi animal, que tirita, se sostiene en el espacio más incendiado y diminuto de mis deseos, donde respira agónico, donde muere de soledad e indiferencia. Tengo ganas de golpearle la cabeza. De golpearlo todo. Golpear lluvias, su mecanismo de abrazo, golpear el movimiento del agua con su terquedad de orilla, golpear este re-volver frecuente, con su dimensión terrible de fósforo a punto de consumirse en los dedos. Golpear el miedo y tu sombra; sobre todo tu maldita sombra, que está hablando de no sé qué, mientras mi sangre se congela. Podría cortarme las venas y seguir soñando contigo, porque la sangre es tiempo, como dijo el escritor, y el tiempo ahora no tiene movimiento ni fluidez. Podría cortarme las venas, así, como quien se corta el pelo. A trasquilones de tijeras, a imposición de cuchillas, a voluntades de incendios. Hay una inmensa alimaña que se desflora dentro de mis manos dejando direcciones de pétalos, transcripciones mediocres de veranos perversos, la hermosa imperfección de una luz o de tus ojos. Estoy lejos y no te pienso más que ayer, ni menos.
No te espero.
Fuera del barrio de Alfama se enciende una viola, con el mechero gigante de un fado. Hay alguien que canta en medio de un charco y a sus pies un paraguas abierto del revés recoge su llanto. Cada escenario debería tener algún charco, el agua estancada siempre es un equivalente del abandono y se canta mejor con los pies mojados en esa pobre metáfora, no la voz. El agua es el billete con el que paga el mundo, por no tener nada mejor que ofrecerse a sí mismo. ¿Ya he escrito esta boca? Nunca se sabe para dónde tira la democracia de la escritura, si se reitera esta pequeña fermentación que es el hilo narrativo. Pero está aquí porque existe; su boca me golpea como el comienzo de un relámpago en una antena. Su boca, me canta: Nao te quero, eu digo que nao te quero, e de noite, de noite sonho contigo. Hay labios que vibran con el argumento de esa centella, como lo hacen las herida sin heridas que son las cicatrices, y en ese instante existe algo dulce, una brevedad terrible de frío y nieve que se derrite, tan a solas. Ni un perro nos mira, ni un pingüino. Podría parecer que es la afilada guillotina de tu ausencia, podría ser eso lo que noto deslizarse sobre mi pecho, en estas calles rotas de entropía, sobre la cavidad desvanecida de una huella. Fisuras. Así es como la realidad despierta, por rutas abiertas de sabor a yodo y gasas, por abismos de tejados donde mis pies resbalan y comprueban que incluso el aire tiene la capacidad de asesinarme. Abro mi cartera, vierto todo el contenido sobre el orden inverso de su paraguas; que de ese lado recoge pero no protege. Las monedas bucean al fondo, mientras sigo estrangulando la cartera, caen algunos billetes y una mariposa que flota un instante antes de mojar sus alas, la recojo y la meto en la cartera como quien abriga unos hombros con una manta llena de agujeros. La música deja de sonar y la noche se derrama de silencios. Huecos de ti; prevalecias de un embalsamado cadáver, de una mala idea.
- Gracias –, me dice.
- A ti – contesto.
Se despereza mi animal y la lluvia. Creía tenerlo adiestrado y camina cojeándole al universo, fuera ya del planeta, sacralizado por algún tipo de doctrina que lo prefiere ver colgado de una soga. Todos llevamos algo colgado de una soga y es mejor así. A la medida de la sensatez de los tontos y las tontas que le pintan organigramas a la vida y lo llaman sentido común. Yo te llevo a ti. Se revuelve mi animal y mi tacón se traba en los adoquines del mundo. Sigo caminando y el silencio. Sigo caminando y el veneno se encala en las fachadas de los edificios como la cal lo hace en la pared de tus gestos. Sigo caminando y la vida. Sigo caminando y la muerte tira fuerte de mi brazo, tatuándome el cardenal de sus dedos. Has llegado hasta aquí por la carretera manipulada del recuerdo, concluyéndome, todavía con esa densidad terrible del dominio, con ese responder sordo a mis rumores. Estás. Generando poderosas murallas que aún me cercan. Pero no eres tú, es sólo la duda. Es la mano perdida de una víctima que asoma sus dedos por encima de la tierra. No soy yo, es mi animal, que desagua el corazón con la furia de esta lluvia, hasta llegar al estéril fango y besar, una y otra vez, los sedimentos empantanados de tu piel.
Te espero.
La reversibilidad de un paraguas es la reversibilidad del mundo, de un lado te sirve, del otro no, sin saber cuál es el lado que sirve, cuál es el lado que no.
- Espera – Escucho a lo lejos.
- Sí, espero – Me giro.
- ¿Espanhola? – Pregunta.
- Sí…
- Se te ha caído la carteira de identidade en el paraguas – balbucea.
- Se me ha caído la identidad mucho antes. Gracias.
- Te ha hecho llorar mi canción.
- Sí.
- Me gusta eso. Es más fácil esconder lágrimas así – Señala mis ojos.
- La verdad es que no. ¿No se estropea la guitarra?, ¿no se dilata con la lluvia? – Le pregunto.
- Sólo se dilata cuando la tocan mis dedos – gestualiza el movimiento.
La lluvia, en algún momento, despertó con caricias, al animal. Unas zarpas dormidas, la prisa del hambre, la mandíbula de lo extraordinario. Mi animal quiere verterse en una flor, quiere amar la ferocidad del sufrimiento, quiere tener la libertad de una bestia. Ser un animal con correas. Me dieron ganas de acostarme toda la noche a su lado, sin paraguas, a la luz de una guitarra portuguesa y cobrarle; como una puta, una canción.
Le di el número de mi habitación, la 240 del Hotel Drama Box.
No te espero.
Fuera del barrio de Alfama se enciende una viola, con el mechero gigante de un fado. Hay alguien que canta en medio de un charco y a sus pies un paraguas abierto del revés recoge su llanto. Cada escenario debería tener algún charco, el agua estancada siempre es un equivalente del abandono y se canta mejor con los pies mojados en esa pobre metáfora, no la voz. El agua es el billete con el que paga el mundo, por no tener nada mejor que ofrecerse a sí mismo. ¿Ya he escrito esta boca? Nunca se sabe para dónde tira la democracia de la escritura, si se reitera esta pequeña fermentación que es el hilo narrativo. Pero está aquí porque existe; su boca me golpea como el comienzo de un relámpago en una antena. Su boca, me canta: Nao te quero, eu digo que nao te quero, e de noite, de noite sonho contigo. Hay labios que vibran con el argumento de esa centella, como lo hacen las herida sin heridas que son las cicatrices, y en ese instante existe algo dulce, una brevedad terrible de frío y nieve que se derrite, tan a solas. Ni un perro nos mira, ni un pingüino. Podría parecer que es la afilada guillotina de tu ausencia, podría ser eso lo que noto deslizarse sobre mi pecho, en estas calles rotas de entropía, sobre la cavidad desvanecida de una huella. Fisuras. Así es como la realidad despierta, por rutas abiertas de sabor a yodo y gasas, por abismos de tejados donde mis pies resbalan y comprueban que incluso el aire tiene la capacidad de asesinarme. Abro mi cartera, vierto todo el contenido sobre el orden inverso de su paraguas; que de ese lado recoge pero no protege. Las monedas bucean al fondo, mientras sigo estrangulando la cartera, caen algunos billetes y una mariposa que flota un instante antes de mojar sus alas, la recojo y la meto en la cartera como quien abriga unos hombros con una manta llena de agujeros. La música deja de sonar y la noche se derrama de silencios. Huecos de ti; prevalecias de un embalsamado cadáver, de una mala idea.
- Gracias –, me dice.
- A ti – contesto.
Se despereza mi animal y la lluvia. Creía tenerlo adiestrado y camina cojeándole al universo, fuera ya del planeta, sacralizado por algún tipo de doctrina que lo prefiere ver colgado de una soga. Todos llevamos algo colgado de una soga y es mejor así. A la medida de la sensatez de los tontos y las tontas que le pintan organigramas a la vida y lo llaman sentido común. Yo te llevo a ti. Se revuelve mi animal y mi tacón se traba en los adoquines del mundo. Sigo caminando y el silencio. Sigo caminando y el veneno se encala en las fachadas de los edificios como la cal lo hace en la pared de tus gestos. Sigo caminando y la vida. Sigo caminando y la muerte tira fuerte de mi brazo, tatuándome el cardenal de sus dedos. Has llegado hasta aquí por la carretera manipulada del recuerdo, concluyéndome, todavía con esa densidad terrible del dominio, con ese responder sordo a mis rumores. Estás. Generando poderosas murallas que aún me cercan. Pero no eres tú, es sólo la duda. Es la mano perdida de una víctima que asoma sus dedos por encima de la tierra. No soy yo, es mi animal, que desagua el corazón con la furia de esta lluvia, hasta llegar al estéril fango y besar, una y otra vez, los sedimentos empantanados de tu piel.
Te espero.
La reversibilidad de un paraguas es la reversibilidad del mundo, de un lado te sirve, del otro no, sin saber cuál es el lado que sirve, cuál es el lado que no.
- Espera – Escucho a lo lejos.
- Sí, espero – Me giro.
- ¿Espanhola? – Pregunta.
- Sí…
- Se te ha caído la carteira de identidade en el paraguas – balbucea.
- Se me ha caído la identidad mucho antes. Gracias.
- Te ha hecho llorar mi canción.
- Sí.
- Me gusta eso. Es más fácil esconder lágrimas así – Señala mis ojos.
- La verdad es que no. ¿No se estropea la guitarra?, ¿no se dilata con la lluvia? – Le pregunto.
- Sólo se dilata cuando la tocan mis dedos – gestualiza el movimiento.
La lluvia, en algún momento, despertó con caricias, al animal. Unas zarpas dormidas, la prisa del hambre, la mandíbula de lo extraordinario. Mi animal quiere verterse en una flor, quiere amar la ferocidad del sufrimiento, quiere tener la libertad de una bestia. Ser un animal con correas. Me dieron ganas de acostarme toda la noche a su lado, sin paraguas, a la luz de una guitarra portuguesa y cobrarle; como una puta, una canción.
Le di el número de mi habitación, la 240 del Hotel Drama Box.
[Misia. Drama Box. Bataclan-Paris, a 30.05.05] & [Ni idea de portugués, pero se entiende]
5 comentarios:
mi equivalencia de escoria......jamás alguien deberia sentirse así y cuando ocurre siempre deberia haber unos brazos para acunar el dolor....cuidate mucho querida navegante!.
Deambular por las galerías de tu pasillo hace que el día a día deje de ser rutinario. Siempre encuentro algo irrepetible. Emocionante, sublime, terrorífico, misterioso o encantador. Lo que sea. Hace que sea una de esas cosas por las que merece la pena haberse levantado e ido a trabajar, para pagar una tarifa plana, por ejemplo.
Y tú, de aquí para allá, siempre inquieta. ¿Es que tienes el alma viajera? A ver cuándo me haces una visita... Vente en Semana Santa. ¡Cambiar de aires, algo así! (No es broma.)
Uf, ha sido bella y angustiosa la lectura de hoy. No te imaginas cuánto. Ese animal me ha mordido, un poco, por dentro. Me voy medio mutilado del alma, a la cama. Pero satisfecho, por lo primero que dije.
Enhorabuena.
He estado malita, fisicamente me refiero, mental ya lo estoy desde tiempos inmemoriables. En fin, yo y mi jodida urticaria te saludan con una empátia inusitada hecha de mordiscos y animalidad. Me conmueven tus palabras doloridas y me recuerdan que estoy esperando siempre un milagro entretejido de pasados.
Otra vez la boca abierta y un Oh.
Se te aprecia.
Eulàlia
Por mi experiencia te digo que me parece que tampoco prefieren lo breve... No sé. Qué más da. Mi hambre de belleza es larga. Larga como un pasillo. Así que rebusca y escribe mucho de monstruos y pajaritos que picotean puertas y piernas; ya si eso, imprimo yo las páginas y pongo un separador entre página y página.
Hola Paciente nº 24:
Qué triste y poético me suena tu fado.
Saludos cálidos.
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