"El amor es como los huéspedes. Lo que importa no es creer en ellos, sino saberlos recibir cuando se presentan, aprovecharlos mientras están, y despedirlos con cortesía cuando se marchan." CLARASÓ, Noel.
Preludio.
Recuerdo aquel teatro tan de siglo XIX, con dos entradas en la mano, mordiéndome las uñas con el mismo temblor con el que se acepta la soledad. Recuerdo la plaza, la espera y tirar una de las entradas a la papelera como la que lanza una carta en blanco y sin remite en un buzón. Recuerdo esa sensación de no saber lo que hacer, de mirar hacia arriba y ver un cielo vacilando conciertos de agua y ciudades de niebla. Recuerdo también evocar las palabras de un amigo: Tú eres como la música; funcionas con sonidos y silencios. Y recuerdo a alguien de chaqueta devorándose los dedos en el banco de la izquierda.
Primer acto.
Isolda sobre la cubierta de un barco, mi abrigo ocupando un asiento. Yo; la estructura de una sombra bajo un repertorio de mujeres linternas. Mi diálogo interno iba aprendiendo el idioma de los muertos mientras Tristán; sobre el escenario, ya hablaba con Brangania de rechazar a su dueña. El hombre con chaqueta, al otro lado; dos filas más abajo, de un oscuro discreto, uniformado de transparencia, con un instrumento de emociones que eran sus propios dedos mutilados por los dientes del tiempo. Y otra vez yo, dejando de serlo. Algunas veces busco señales detrás de los asientos, una inicial grabada con unas llaves, letras desgastadas de bolígrafos, un nombre emborronado por un deficiente lápiz, un rumor, civilizaciones de historias anónimas que han dejado su huella, una mentira o una promesa rota por el paño de la señora de la limpieza. Pero ese día no hubo nada más que el gris trasero de una butaca de teatro, ni revoluciones ni escándalos por limpiar, no se oía nada, sólo a Tristán e Isolda desmayándose dentro de un abrazo y una vieja gotera que caía de una sorda tubería rota. Simplemente, una butaca limpia, una soledad más sola.
Segundo acto.
Escenarios iluminados con velas, parpadeos imaginarios de mis manos, como la aparición del viento elevando el aleteo vespertino de unos pájaros, se manifestaban repentinamente como los fantasmas lo hacen en una casa abandonada en las afueras. Había varias velas; las que iluminaban cuidadosamente el acto y otra mucho más intensa y vulnerable a la corriente de una puerta que se cierra o al peso de una garganta que se abre para soplarla. El hombre con chaqueta metió su cabeza entre el hueco de sus manos. Sentí que lloraba. Tristán e Isolda se juraban amor eterno, de noche, a la luz de sus velas. Ser feliz en la noche como único lugar, viajar hasta allí con una maleta llena de astros, asteroides e infinitivos. La noche es el núcleo de la oscuridad o una sábana negra tendida en las líneas del mundo. El cuerpo de la luna en el espacio. Energía esférica o angular sobre la tierra. Lo negro es el demonio del día, el lado pendiente de las eucaristías. La sangre del cielo; su sacrificio. En lo negro se esconden las tinieblas del miedo o todos mis pecados consumados con el hielo.
En el descanso el baño era un desfile de pintalabios, turnos de espera y una mujer que me enseñaba su lengua por el espejo. Las lenguas infantiles son redondas y apuntan al centro, las adultas triangulares y señalando el cielo, es curiosa la evolución de una lengua. Fuera de allí, la plaza asediada, como si todo, o la función, empezara de nuevo. Y el hombre con chaqueta sostenía un cartel entre sus manos, como un vagabundo reclama con un cartón la limosna de cada día. “Si hay una chica soltera que quiera una relación seria, me encantaría tomar un café con ella” o eso leo. Todas giraron la cabeza, probablemente les parecería ridículo y patético aquel gesto que a mí me pareció tan extremadamente dramático. Supuse que la sensibilidad se la dejaban para el último acto.
Tercer (y último) acto.
La soledad pensé. La soledad es un cartel con letras, un abrigo sentado en un sillón, o una lengua. La soledad, la soledad se extiende como una enfermedad que busca donde hospedarse. Estar enferma de soledad, de qué torturas manipuladas por los recuerdos y su pus brotando, resbalando por el cuerpo, la sangre saltando por los ojos. La soledad es ver desaparecer un cepillo de dientes en la estantería muda de las cosas o salir a la calle un lunes por la tarde para hablar con la vida del mal tiempo que se acerca. La vida, casi nunca contesta y mucho menos a una enferma con posibilidad de permanente recaída.
La noche se hizo definitiva; Tristan e Isolda morían. El hombre con chaqueta caminó por el pasillo rojo y parecía fácil imaginar que yo podía ser otra, imaginar el arrepentimiento de las horas, imaginar que podría acercarme a decirle qué cosas. O imaginar que él, alguna vez, llegó a decirme: Un beso especial en tu frente, mi niña. A veces me emociono demasiado contigo... Como en este mismo momento.
5 comentarios:
Que placer como siempre llegar hasta tu pasillo...por un instante la magia fluye en una tarde de viernes como esta. Gracias navegante por tanta sensualidad!.
Eternamente, GRACIAS. Ich liebe dich, mein Isolde.
Tantris.
Tantris:
Ohne Nennen,ohne Trennen,neu Erkennen...
Gracias a ti.
-Preludio.
El fin de semana es un bostezo en positivo por el resto de los días.
-Primer acto.
¿Primer asco? Un hombre sentado con chaqueta en la butaca de un teatro hace las veces de sostén tieso de espectador. Por todo ello, está de Dios aposentar la chaqueta propia en percha de una butaca sin compañía.
-Segundo acto.
Este fin de semana no has salido nada más que darte una vuelta por un escenario, descampado literario en el que te mueves sin gorra con una escopeta y te sientes cazadora de imágenes.
-Tercer (y último) acto.
En el baño hay un silencio cosido por fuera, y lo contrario por dentro, mientras se ausente el hueco de su cepillo. Te invade el lenguaje.
-No, en serio...
Me ha encantao.
si hubiera visto antes esta foto...
nohabría tenido según qué dudas
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