Tan sólo basta un ladrido para darle de comer al perro, para que vuelva al silencio y a las vueltas que da sobre un mismo giro, moldeando un césped que no existe, un jardín pálido y metafísico donde reposa su hocico y cierra sus ojos hasta dormirse.
No sé si esto lo escribió mi sombra, mi alter ego o mi oído.
Lunes. 04:15 AM
Febrero tiembla. Febrero tiembla en su fonética acústica como lo hace una campana en una iglesia. Resuena. Extiende su badajo hasta el amanecer, robándole un sonido a la ciudad que lo duerme. Hoy mi cuerpo parece una estructura de cobre que se oxida por su febril transferencia. Lo otro es el mundo y la vergüenza. Si cerrara los ojos, si pudiera cerrar los ojos como un perro…Si no renunciara a la ceguera. Probablemente, entonces, no escucharía ni la bala, ni la derrota, ni la batalla, ni el hueco de las fosas donde se apilan muertos. Cerrar los ojos y no escuchar son la misma cosa. Febrero tiembla con la misma sutileza que lo hace la tierra.
Febrero tiembla como una niña abandonada en medio del invierno, como un carámbano de hielo con el sol de regreso. Hoy he llegado a febrero como la noche llega a su crepúsculo, finalizando un cíclico movimiento, encendiendo una cálida hoguera en la pupila, que, en realidad, es el fuego de mi propia vida. Me queda esa llama apagada de la idea que se hace rescoldo, como una escritura última que se escribe ya sin mis manos. Y la luz de una vela. Esta noche pretendía escribirte, escribir sobre el amor, o sobre el tiempo, sobre cómo pasan las páginas en silencio, de cómo las palabras, a veces, no tienen sentido, o son las mismas de siempre, y escribir, también, de que cuando todo se acaba, nada termina. Escribir como lo haría una perra malherida; con un aullido lento y un dolor que transita en los ojos. Relamiendo el sabor a sangre de una herida. Pero se me han muerto las manos, hay un cadáver que se regodea mientras mira al techo. Y un estanque sin fondo donde me tiro de cabeza. Aunque existe una historia que quiero contarte, una historia de una mujer sin nombre, en un país sin nombre, con una enfermedad sin nombre que se nos escapa de tan lejos. El síntoma es el hedor, un hedor que no se sumerge en agua ni jabones. El hedor le ha quitado a su hija, le ha arrancado su vida. Su marido la ha repudiado echándola de su propia casa. Luego mendiga en las calles para beber de sus charcos un billete de autobús que la lleve a una operación gratuita en un hospital del otro extremo. Lleva cuatro años pidiendo limosna, el billete es caro, un euro al cambio. Cuatro años en silencio. Cuatro años sin que nadie se le acerque, sin que nadie la toque, sin que nadie la oiga. Podría decir que imagino su soledad, pero no sería cierto. Febrero tiembla. El mundo cierra los ojos. Hay alguien, otra vez, dándole de comer al perro.
Febrero tiembla al galope de un caballo mientras los jueces se van a la huelga. El hedor, el color, la orientación, la religión, el trozo de tierra; son los argumentos de una guerra cualquiera. Los siglos no enseñan, arden como antorchas gigantes, y en nuestros ojos esa mancha amarilla y verde que se queda cuando miramos fijamente al fuego. Sólo hace falta volver a mirar para que reaparezca. Y allí ella, jugando a tener mirada de National Geographic, pero esta revista es de tirada corta y portada leve. Así que, probablemente, cuando reúna el dinero suficiente no la dejarán subir al autobús porque el hedor apesta. Los meses son corredores hacia la muerte. Creo que esto lo ha vuelto a escribir mi sombra, porque no viene a cuento. Pronuncio febrero y me baño en sus letras.
Se me escapa la noche como el agua entre los dedos, se han encendido los primeros rayos anaranjados de la mañana, la luna se esconde para que alguien la encuentre al otro lado del tiempo. Los niños y niñas empiezan a jugar a la gallinita ciega. El barrendero comienza a limpiar el suelo, el ruido y la furia. Algún coche lejano, el ladrido de algún perro. La pareja de enfrente se despierta con un beso. Huele a pipa y a café, debe ser Faulkner coqueteando con las musas de Onetti en el ático C izquierda. Bostezo como siempre amaneceres. Restriego con los puños mis ojos, y la verdad es que no sé cuánto tiempo podré aguantar con ellos abiertos.
No sé si esto lo escribió mi sombra, mi alter ego o mi oído.
Lunes. 04:15 AM
Febrero tiembla. Febrero tiembla en su fonética acústica como lo hace una campana en una iglesia. Resuena. Extiende su badajo hasta el amanecer, robándole un sonido a la ciudad que lo duerme. Hoy mi cuerpo parece una estructura de cobre que se oxida por su febril transferencia. Lo otro es el mundo y la vergüenza. Si cerrara los ojos, si pudiera cerrar los ojos como un perro…Si no renunciara a la ceguera. Probablemente, entonces, no escucharía ni la bala, ni la derrota, ni la batalla, ni el hueco de las fosas donde se apilan muertos. Cerrar los ojos y no escuchar son la misma cosa. Febrero tiembla con la misma sutileza que lo hace la tierra.
Febrero tiembla como una niña abandonada en medio del invierno, como un carámbano de hielo con el sol de regreso. Hoy he llegado a febrero como la noche llega a su crepúsculo, finalizando un cíclico movimiento, encendiendo una cálida hoguera en la pupila, que, en realidad, es el fuego de mi propia vida. Me queda esa llama apagada de la idea que se hace rescoldo, como una escritura última que se escribe ya sin mis manos. Y la luz de una vela. Esta noche pretendía escribirte, escribir sobre el amor, o sobre el tiempo, sobre cómo pasan las páginas en silencio, de cómo las palabras, a veces, no tienen sentido, o son las mismas de siempre, y escribir, también, de que cuando todo se acaba, nada termina. Escribir como lo haría una perra malherida; con un aullido lento y un dolor que transita en los ojos. Relamiendo el sabor a sangre de una herida. Pero se me han muerto las manos, hay un cadáver que se regodea mientras mira al techo. Y un estanque sin fondo donde me tiro de cabeza. Aunque existe una historia que quiero contarte, una historia de una mujer sin nombre, en un país sin nombre, con una enfermedad sin nombre que se nos escapa de tan lejos. El síntoma es el hedor, un hedor que no se sumerge en agua ni jabones. El hedor le ha quitado a su hija, le ha arrancado su vida. Su marido la ha repudiado echándola de su propia casa. Luego mendiga en las calles para beber de sus charcos un billete de autobús que la lleve a una operación gratuita en un hospital del otro extremo. Lleva cuatro años pidiendo limosna, el billete es caro, un euro al cambio. Cuatro años en silencio. Cuatro años sin que nadie se le acerque, sin que nadie la toque, sin que nadie la oiga. Podría decir que imagino su soledad, pero no sería cierto. Febrero tiembla. El mundo cierra los ojos. Hay alguien, otra vez, dándole de comer al perro.
Febrero tiembla al galope de un caballo mientras los jueces se van a la huelga. El hedor, el color, la orientación, la religión, el trozo de tierra; son los argumentos de una guerra cualquiera. Los siglos no enseñan, arden como antorchas gigantes, y en nuestros ojos esa mancha amarilla y verde que se queda cuando miramos fijamente al fuego. Sólo hace falta volver a mirar para que reaparezca. Y allí ella, jugando a tener mirada de National Geographic, pero esta revista es de tirada corta y portada leve. Así que, probablemente, cuando reúna el dinero suficiente no la dejarán subir al autobús porque el hedor apesta. Los meses son corredores hacia la muerte. Creo que esto lo ha vuelto a escribir mi sombra, porque no viene a cuento. Pronuncio febrero y me baño en sus letras.
Se me escapa la noche como el agua entre los dedos, se han encendido los primeros rayos anaranjados de la mañana, la luna se esconde para que alguien la encuentre al otro lado del tiempo. Los niños y niñas empiezan a jugar a la gallinita ciega. El barrendero comienza a limpiar el suelo, el ruido y la furia. Algún coche lejano, el ladrido de algún perro. La pareja de enfrente se despierta con un beso. Huele a pipa y a café, debe ser Faulkner coqueteando con las musas de Onetti en el ático C izquierda. Bostezo como siempre amaneceres. Restriego con los puños mis ojos, y la verdad es que no sé cuánto tiempo podré aguantar con ellos abiertos.
6 comentarios:
A esto me refería con la simbiosis. No hay mejor premio.
Febrero tiembla
Sacudes mi conciencia
como el asco se sacude con un tiro
y deja al cuerpo libre ya de espasmos:
habrá que dispararle a este febrero
palabras como éstas
para que cesen sus tembladeras
y comiencen ya las nuestras
como perros guardianes,
como perros de presa,
que cierran los ojos
y cierran los oídos,
que mastican a sus odios
y devoran los despojos
antes de que amanezca.
Sacudes mi conciencia
como un sol sacude los inviernos
y deja una luz de primavera
sobre una piel de cobre
que se oxida y protege
sobre sus huesos de hiedra,
enredados y frágiles
pero que tiemblan,
que sangra en una herida
y vislumbra entre tinieblas
hasta alcanzar un faro
que se yergue entre la hierba
de un jardín al sur
de todas las miserias.
Aún sin nombre,
sacudes mi conciencia
y sabes enseñarme
lo que los siglos no enseñan.
PD.- La verificación de palabra decía "colega"
Gracias por tus palabras, viniendo de ti más. Te sigo desde que te leí por primnera vez en la Princesa Inca y te admiro profundamente, por eso me sirven de consuelo tus palabras....un beso enorme navegante y mucha suerte en tu travesía.
Sin palabras. Febrero tiembla, como lo harán los marzos y los abriles, y así todos los puñeteros días. Nos queda la mirada y eso tú lo tienes. Regala miradas ¿no ves? Tiemblo.
Eulàlia
eres una crack paciente 24
escribes de la óstia!!!
has visto que vobulario tengo más quillo/barriobajero?
mi raiz charnega es la base de todo mi ser/ego
pero es cómo lo puedo espresar mejor;
que pasada tía de frases!!!
muaaaaaaaaaaaaaaaa
¿Habrá algo más triste y demoledor que un grupo de niños jugando a la ronda a las 4 de la mañana de un día domingo?
Aquí sigo añadiendo títulos al encuadernando, bien sabes de qué... ¡Cada loco con su tema! Y sigo sin dedicatorias, sin rúbricas, sin explicaciones de títulos. Tú pretendes que alguien cuide tu obsesión sin visitas al terapéuta, sin vocalizar la locura, ni consonantizarla, y yo voy y lo consigo.
Palabras: los poetas sabemos que no sirven para nada. Me quedo con lo escrito, entonces, eso sí, ahora que puedo tocarlo. Mejor tocarlo. Quizá por eso huela la casa un poco a tinta de cartucho barato compatible... Lo olfateo, a esta hora, en que ni siquiera soy perro.
Recordatorio del día. O de la noche: "Cuidado con la tristeza. Es un vicio".
Duerme. Aunque sea en clave de Orfidal. Es un gran alivio o algo así.
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