La luz se debilita en mis ojos como un preso con grilletes que extenuado cae al suelo. Su habitual latigazo fustiga con la fuerza de aquel destello. Se consume. Se aviva. La luz es tiempo y el tiempo se apaga. La luz. Tu luz; derretidos soles de una historia gigante, una mínima linterna enterrada en el páramo del zinc. Cero. Nada.
Sólo aquí, en el pasillo frío del recuerdo, se mantiene viva. Sé que es estúpido e inútil. Pero cuando el dolor es insufrible, se hace indispensable, el tiempo se envanece y la luz de tan elevada engaña. A veces consigo olvidarte. Sí, cuando la luz se debilita en mis ojos, la herida se despide siempre retornando, rasgándose. Y el olvido gira para quedarse en el mismo sitio, sin sentido, para encontrarte. Regresa con un esfuerzo evidente para asistir al espectáculo de una luz ya caducada. Debajo de mis párpados otea una llama con síndrome de recaída. Pero luego vuelve a debilitarse. Sólo se trata de arrancarle lo eterno, quedarme un rato con ese calor placentero y torpe que no existe, cargar con luz la retina hasta quemarla. Y ser, simplemente, una ciega que suspira hasta que apaga su vela.
Sólo aquí, en el pasillo frío del recuerdo, se mantiene viva. Sé que es estúpido e inútil. Pero cuando el dolor es insufrible, se hace indispensable, el tiempo se envanece y la luz de tan elevada engaña. A veces consigo olvidarte. Sí, cuando la luz se debilita en mis ojos, la herida se despide siempre retornando, rasgándose. Y el olvido gira para quedarse en el mismo sitio, sin sentido, para encontrarte. Regresa con un esfuerzo evidente para asistir al espectáculo de una luz ya caducada. Debajo de mis párpados otea una llama con síndrome de recaída. Pero luego vuelve a debilitarse. Sólo se trata de arrancarle lo eterno, quedarme un rato con ese calor placentero y torpe que no existe, cargar con luz la retina hasta quemarla. Y ser, simplemente, una ciega que suspira hasta que apaga su vela.