"Al llegar aquí, hace unos meses, afirmaba estar muerta. Desde que alguien se llevó mi equipaje donde tenía guardado un secreto y un cadáver..."

05 abril, 2009

Incapacidad para sentir

Podría ser el sábado o la comida andaluza. El ribera bajando por mi garganta o el ron abordando el sueño entre botellas y luces balanceándose por todo el bar. Un viejo amigo que me pide el teléfono desde detrás de la barra del Blues; me pregunta por mi vida y me habla de geoterapias aplicadas a la psicología. Ella diciendo que no puede beber más, que se va, y tú pidiéndome otra. Ser consciente de que el mundo da vueltas y que sólo lo percibo con un par -de pares- de copas. La fuerza de la gravedad es débil cuando suena la música y hay un chico sobre la mesa bajándose los pantalones. Cuando el ron sabe a agua y te sobra más de media coca-cola al mezclar. Cuando es verano dentro de un local y soy la única con un sueter blanco de cuello alto. Y ese sudor desconocido que me toca la mano, que arrastro por los vaqueros haciendo que la piel se mimetice en azul. No saber cuál de los dos destiñe e ir al baño entre ojos y cuerpos pegados. El humo temblando existía sólo por encima de nuestras cabezas, me hubiera gustado saber el recorrido exacto que se desliza entre los cuerpos, ese que la vista no aprecia, pero es el baile con desgana y el ímpetu de mi mareo lo que frena. El olor a alcohol en el aliento de quien susurra cosas al oído mientras me sumerjo ¿en qué? Los cuerpos acaban en los cuerpos, ofreciendo deseos instantáneos, memorias a corto plazo, brevedad de brazos como remansos de posesión, y hace frío, ese frío que nada tiene que ver con la climatología. Todo es muy asequible, muy comercial. ¿Qué voy a hacer con las cosas que cualquier mano puede coger?, se preguntaba Pessoa, qué hacer con todas esas vaguedades de la vida, tan repetidas, tan de sistema, para qué el sol si sale cada día, ¿qué quiero entonces?, ¿qué? Alguna vez lo intenté, pero resultó que tú no estabas allí y todo fue más de lo mismo. La noche manteniendo esa sonrisa forzada de un payaso cuando su gesto es más serio pero su cara está pintada de alegría. Y es que a veces extraño las sensaciones o a ti. A esa hora el sitio comenzaba a parecer una fábrica de orgasmos y comas etílicos, hasta que nos ofrecimos a la calle y caminamos hacia tu coche que no arrancaba. Luego tú hablándome de sentimientos y yo de mi consistente incapacidad para sentir algo. Me dejaste en casa, el día, ya sin mí, madrugaba.

2 comentarios:

Chef El Chine dijo...

Inclinación de 22’5 grados, llegado el clímax, el mejor regalo inequívoco que puede hacerse. Antes, unos sufridos preliminares. Vocablos, susurros, unos dedos que acarician la melena de una niña aterrada. Vaho que empaña la luna. Miradas. Distancia inquebrantable, salvo escatimadas caricias. Alcohol socorriendo corazones. Una cobarde mano que niega un roce al cuello. Lluvia, frío sin rescate. Culminación asexuada, dos cuerpos a la intemperie. Abrazo y surgir irrefutable de inclinación de espalda, omóplatos adelantados, cadera retraída, cintura en retirada. Entendimiento. Forzada una mejilla contra la otra y unas cómplices extremidades reteniendo al miedo unos segundos. Beso sobre rostro buscando con amargura el aroma del ser amado, lo retiene. Se exhala el aire y unas palabras aprovechan para escapar sin pronunciarse: ¡Adiós no-amor!.

BUENAS NOTICIAS dijo...

Yo quisiera regalarte palabras tan hermosas como las que tú me has dedicado, quisiera hacer brotar sentimientos de la incapacidad para sentir, lágrimas de los ojos vacíos, luz en la noche oscura, pero ¿me dejarías?
Por si acaso, te mando un abrazo fuerte. Y te aseguro que pienso que eres un tesoro o, más bien, una caja de tesoros, y que tus palabras son las monedas de oro que repartes, de forma tan generosa, cada vez que abres tu caja mágica.
Gracias, paciente, por regalarme tantas palabras bonitas. Y por escribirlas en tu blog para que estén al alcance también de quien las necesite. Un beso enorme,
Elena