"Al llegar aquí, hace unos meses, afirmaba estar muerta. Desde que alguien se llevó mi equipaje donde tenía guardado un secreto y un cadáver..."

18 noviembre, 2008

Rojo Mahler



Kräftig. Entschienden. La tercera de Mahler ensayaba veranos en El Auditorio. La barra donde te esperaba estaba llena de intentos desesperados por pedir una copa. De pronto se abría una sonrisa que me invitaba a algo. El traje demasiado negro o demasiado corto direccionaba miradas sobre mi cuerpo. Matusalén con un cubito de hielo en la mano y tú sin aparecer. Me lo bebí de un trago. El recinto retenía como una conspiración de melodías pasadas, perezas de violines y rastros de contrabajos. Esperaba, al lado de aquellas esculturas que más que saludar parecía que quisieran atraparme con sus manos. Las saludo por si acaso fueran alguien que conozco. El lugar huele a blanco Calatrava y la ciudad apesta afuera a refinería.
- ¿Estudias o trabajas? – Me preguntan.
- Pues no sabría qué decirte – contesto.
Eras tú y tu sonrisa.

Sehr mäbig. Los trajes embestían como, en las colas de los supermercados, los carros. Nos sentamos.
- Bimm, bamm! – Empezaste a cantar - Bimm, bamm! – Seguías.
- Tú estás muy mal.
- Tengo un subidón. Es sungen drei Engel einen…Me acabo de dar cuenta de que igual éste es un mal sitio.
- ¿Por qué? – Pregunté.
- Porque el sonido rebota en el palco. Eso dicen los expertos.
- Yo no me voy a enterar de eso, lo sabes ¿no? – sonríes cómplice de mi comentario.
Pasearon por nuestros ojos dos chicas, pasamos nuestras miradas desganadas y torpes, sobre la solidez de sus piernas.
- Mira, jóvenes, guapas, y encima Mahlerianas…- Exclamaste.
- Saca el cartel, saca el cartel – te grité.

Ohne Hast. El concertino verificó la afinación de la orquesta. Aplausos. El director saludó. Más aplausos. Luces lentas, que no son más que las luces a medio apagar. La música se alargaba hasta mi oído, una entrada inapropiada del sonido se descifraba en mi rincón, me poseía. Y a penas era la música, a penas el sonido. Un ejército de ángeles o un río venían con tambores y esquinas, girando de butaca en butaca raptando nuestra atención. El mundo de las notas, las obreras de la música, la reconciliación entre la humanidad y los instrumentos. En una nota se escapa un pensamiento traducido, y mejor la paz y la república de su equilibrio que cualquier palabra. Las notas fueron la estructura amortajada de un viejo pentagrama, ahora lúcido, antes incomprendido, porque Mahler no era fácil; su corazón siempre fue ambizurdo como lo soy yo.

Sehrlangsam. Y habló Nietzsche dándole a la palabra una dimensión de caricias. Y tus manos picoteando mis medias en círculos, como pajarillos. Dentro la asistencia de mi piel haciéndose superficie, debajo un placer inmovilizado, cuajado ya en otro fondo, en otras manos. Un inesperado telar en mis ojos me hizo desaparecer por un momento. Me paré a mirarte, ahora sólo el arpa afinada de tu boca. De espaldas a Zaratustra se prodigaba tu emocionada sonrisa y el aire con su música. Ya no poseo la pureza de nada. Sólo momentos, sólo detalles a punto de ser tallados por algún cincel, en alguna puerta que, si se abre, me llevará a alguna parte.

Keck im Ausdruck. Bravo, gritó una de las chicas, bravo. Hay como un bulto de noche en la calle, como un negro que lo ocupa todo en el cielo, difunto de estrellas, estrellas indispuestas por la polución donde existen y cohabitan con fábricas y luces de coches. Ni una nariz en el cielo, ya no se mira hacia arriba, no hay nada que ver allí. No se pierde el tiempo.
- ¿Qué hacemos? – Me preguntas.
- ¿Te apetece tomar algo?
- Mejor te dejo en tu casa, no tentemos a la suerte…
- Es cierto.

Langsam. Ruhevoll. Empfunden. No sé qué necesito, ni lo que quiero, me basta, ahora, con esto; estar sentada a tu lado, ser la que ve las sombras emocionadas de tus sentimientos, las sombras, si, porque se hacen vagas en mis brazos, se quedan en penumbras allí dentro. Quizás algún día te canses de todo y, por fin me mandes a la mierda. O quizá mañana mismo regrese el mundo con sus intervalos de sensatez y nos haga renacer de nuevo. ¿Sabes? Hay un momento en el que caigo, y en ese lentísimo descenso, siempre me aferro a tu mano.


[Lo he tenido que escribir por imposición de tu nube]


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Músicas, palabras, sentimientos... Un sueño hecho realidad; tus pinceladas sobre mi mundo. Y una emocionada verdad, ahora confirmada: "La felicidad sólo es real cuando es compartida". Gracias por hacer que mi felicidad sea real. Gracias por pintar mi vida con los colores de tus sentimientos. Gracias.

Tantris.

Walter Portilla dijo...

Excelente Paciente, excelente, me gustó mucho cómo juegas con las metáforas, cómo las utilizas. A pesar de que escribes con ausencia (o tal vez presencia ausente -de alguien, me refiero-), expandes tus palabras hasta el cielo. Me causó gracia lo del corazón ambizurdo y me encantó que, al final de la obra, tuvieras que aferrarte siempre al sentimiento.

la princesa inca dijo...

. Y habló Nietzsche dándole a la palabra una dimensión de caricias. Y tus manos picoteando mis medias en círculos, como pajarillos. Dentro la asistencia de mi piel haciéndose superficie, debajo un placer inmovilizado, cuajado ya en otro fondo, en otras manos...

me flipaaaa!!!

beso

LABELIA dijo...

¿Ves? ya estoy en tu planta, sabes que me cambian varias veces y ahora mismito estoy en la inferior, donde se encuentran los que escuchan a Mahler solos y sueñan con Muerte en Venecia. Resuena el mediodia y en esta pausa me detengo para decirte, que expresas muy bien, que me resultas familiar y que pasaré más veces.
Eulàlia.
P.D. Tener una mano a la que aferrarse es toda un prodigio, a veces se abren puertas, solo a veces. Besos, querida.

Feroz dijo...

A Mahler le pasó por encima el trailer que conducía Debussy. Se lo comió la niebla. En mi estantería de discos, ni el fauno le sueña.
Aún así, aplausos.

(y luego soy yo el de la hemorragia interna...)

Espero, con la mano en el corazón, que tu nube te haga reír.

Anónimo dijo...

Me pregunto en qué Calatravas escuchas a Mahler. No creo que el mismo lugar de pasillos blancos en el que yo llevo vasos de agua y flores al camerino, para que no muera de sed la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart. En los pasillos Mahler, sí, todo el tiempo Mahler. No recuerdo haberte acomodado, no recuerdo haberte dicho: Por aquí, señorita, la acompaño. No recuerdo haberte mirado las medias ni decirte buenas noches al verte salir con los ojos confundidos de quien vuelve a la luz. No te observé desde la silla plegable como observo siempre al público desde la sombra más oscura del anfiteatro. No lo hice. No, no estabas. No es el mismo lugar, puede que ni siquiera la misma orquesta, pero me gusta pensar que sí, que recorriste los pasillos, falda corta, regalándome (ese día sí, el cumpleaños): suave, suave, suave, mientras yo hacía ruido de tacones sobre la madera de la sala y les decía a las otras azafatas: Hoy me quedo dentro. Hoy es Mahler.