"Al llegar aquí, hace unos meses, afirmaba estar muerta. Desde que alguien se llevó mi equipaje donde tenía guardado un secreto y un cadáver..."

31 enero, 2010

como quien escribe una carta y se da cuenta




Hoy no sé qué decirte. Sentí el perfume dulce de la panadería colonizando mi nariz sobre las 5:00am -si usara reloj sería más exacta –, la guerra de las sábanas dura una hora aproximadamente; aunque pareciera que había vivido allí cien años más de la cuenta, enredada. Luego me derramo en el silencio alto de un vaso durante –lo que imagino- casi media hora; como de costumbre quieta, en esa acristalada cárcel del agua, con una tristeza de objeto que siempre me nace tan de mañana. Tú ya sabes, o no, da igual. El día se puso débil. Arrancan dos coches más o menos a las 7:00; es extraño el silencio que dejan los coches al alejarse, el paso de los aviones, la llave en la cerradura cuando gira… Ladró el perro de Oraa intuyo a las 7:15, seguido de otros dos perros más, que se finalizan en un ahogado coro de despedida. Mira que los perros tardan en despedirse y luego la espera. Nadie sabe esperar mejor que un perro detrás de una puerta. En ese instante recuerdo los finales de Barber y lleno el vaso de lágrimas para luego bebérmelo rápidamente, borracha de melancolía, envenenada de tristeza. Todo es como un vino de crianza transparente y salado. No alcanzaba la botella medio vacía de la estantería que tuve que beberme. Hoy no supe qué decirte y fue terrible. De verdad que fue terrible. Terrible. Fue como un barrio en ruinas, una calle de madera dentro de esas diminutas maquetas, una terraza con techo o un beso sin boca. Cosas simples. Algo así como desaguar mi alma de ti gota a gota, de alcohol en alcohol, algo muy de la Mistral o de tienda de muebles en liquidación. Ya ves, cuando yo creía que tú eras todavía, me olvidé de retenerte. Y pareciera que te dije adiós como lo dicen las manos en los vagones, con las falanges inútiles de un poeta muerto y la brújula rota entre las manos. Así. Pañuelos con pereza. No sé si llegaron las 8:00 –tácitamente lo eran- que recordé Memento y la solución de ir sosteniendo los recuerdos en la piel. Tatuarte igual que dejar una nota colgada en la nevera. Decir: recuerda cuerpo, recuerda, qué limpio era Kavafis para eso del recuerdo. A las 8:10 se me ocurrió una idea de esas por las que te encierran en los psiquiátricos y fue necesaria una mueca de alcohol y otra de mármol para que alrededor de las 8:36 fuera muy deprisa a la tienda. Compré un bote de pintura blanco y otro negro, el blanco de diez kilos, el negro más pequeño; un rodillo y una brocha estrecha. Creo que cerca de las 9:11 ya había cruzado todas las avenidas que me inventé para el barrio, gesticulando palabras invisibles en los labios, múltiples palabras como chicles pegados al asfalto, así intentaba decirte algo. No sé qué. Llegué a la casa a una hora inconcreta, tal vez serían las 9:40 porque escuché el ruido del gas butano tocando en una puerta y aún la sombra cubría el edificio de al lado con su velo negro que se desliza hacia abajo con la horrible suavidad con que se ondean las banderas, y la precisión geométrica de las flechas fulminadas hacia el suelo cuando no han encontrado nada que atravesar. Eran más o menos las 10:18 cuando el sol en forma de caramelo gigante-amarillo se incorpora justo en lo alto de la vieja antena de la casa de enfrente, la de la señora Sebald, pareciera que el cielo me ofreciera el chupete más grande que se ha inventado en la fábrica de inventar chupetes. Cuando abrí el bote de pintura con la punta del destornillador, casi llego a olerte… El exilio del color, una burbuja de olimpo y un dolor de pupila y meato que tiene siempre lo blanco, así era el tono de tu espalda. Pálidos caballos galopando. Introduzco el rodillo allí lentamente, con la timidez arrítmica de entrar en ti. De saber que estoy en ti. No sé si me dieron las 11:00 que comencé a pintar la casa por fuera. Al dar brochazos le desaparecían trozos: un bordillo, la cornisa, un zócalo, movimientos neutros de los brazos, iba desapareciendo todo, lo mismo que las caricias desaparecen debajo de las sábanas, debajo de los dedos, debajo del deseo aterciopelado y lento del sudor. Desaparecían los cristales, las ventanas, la madera, los números, el garaje, el timbre y todo se hizo guante. Guante de mimo; diálogo del silencio, dibujo de frases, la dulce ceguera de lo blanco, el rostro de la casa. Yo misma desapareciendo, la cara blanca, las manos blancas, una taza de leche triste que se bebe el mundo para desayunarse el momento, y todo, todo desapareciendo entre los fantasmas cromáticos del aire. No están; esos tiempos de piernas que se buscan, esas batallas de manos, armadas en la noche, en las esquinas, en los tejados, todo desaparece con la sonrisa cínica del tiempo. No estás. Le puse una venda a los ojos de la casa y desapareció el mundo. No está. A las 16:42 se fulminó todo con la puntualidad de las campanadas en una iglesia. Y su muerte era la rutina de los días, la luz de una hoja, la visualización de un lienzo que por encima de la pintura termina gritando su ausencia, porque el lienzo en blanco sólo es la momentánea inhibición del artista. Un diminuto fallecimiento de la idea. Pero ahí permanece, entre los ojos y el lienzo. Está. Sobre las 17:05 me senté en el suelo como esperando. Olía fuerte a pintura, lo blanco olía con entusiasmo de perfume, un perfume azul, si me fijaba bien en lo blanco era azul, el blanco puro sin duda es como el azul o quizás el cielo reflejado que era azul el blanco. Me subí en la escalera de nuevo con desgana de pila. Y a no sé qué hora la casa estaba completamente blanca como un terrón de azúcar blanco puesto en el café del universo, o un folio inmenso o un útero estéril sin convicción de estirpes y herederos. La casa estaba blanca y todo había desaparecido. Sólo era un hueco blanco dentro del barrio que la gente se paraba a mirar. A mirarme. A fotografiarme. A preguntarme. La casa estaba blanca y seca, seca por su esquina izquierda donde empecé a escribir con la brocha mojada en negro, para no volver a olvidarme jamás de lo que debía contarte, empecé escribiendo: Hoy…hoy no sé qué decirte [...]




Avec le Temps-Léo Ferré

19 comentarios:

Ana Sanz dijo...

Con el tiempo, con el tiempo todo se va pero no se puede olvidar lo que se dibuja, Maurice Sceve ya lo decia...
Ronde et unie, en forme de une branche.

La paciente nº 24 dijo...

Ana, qué sorpresa. ¿Tú no estabas lejos?, como por Italia más o menos. Nápoles, exactamente, ay.

Sana-sana...

LA ZARZAMORA dijo...

Si no sabes que decir ¿¿¿¿por qué mejor no te callas???

Anónimo dijo...

Y tienes tal cantidad de palabras para no saber qué decir...

Adoro a Kavafis, por cierto.

Susy dijo...

Querida,
mañana leeré tu entrada con calma, a estas horas ya apenas entiendo, tengo tanto sueño... además no saber qué decir es mi especialidad y debo poner especial atención en tu no decir, diciendo.

Anónimo dijo...

Me gustan tus historias.
Se desgranan en imágenes callejeras, como si nos tomaras de la mano.
¿No tienes nada que decir?
Yo sí!

Mi paciente favorita!

Anónimo dijo...

Desgranas el tiempo y el quehacer con tanta maestría que me atrevo a asegurar que jamás tendé lugar en ese pasillo de la octava.
Escribes poesía cargada de fuerza y de dolor, poesía...Exprimes las palabras como la uva y siempre, siempre, consigues embotellar la de mejor añada.
Estoy dentro de una gama de grises.
Un beso

Anónimo dijo...

...

Argonauta dijo...

El blanco puede ser blanco, azul o negro en la paleta que sostiene nuestras esperanzas.

Un abrazo, querida Paciente nº 24.

Rochies dijo...

ESTOY MARAVILLADA CON MUCHAS DE LAS SENSACIONES, DE LAS LINEAS QUE CREO INTERPRETAR. PERO...

No sabe cuánto me gustaría desmenuzarlo por completo.
Si yo encripto ud me gana multiplicado a la enésima.
Pero tira como tira su pasillo,
se lo dice la número 25.

Mariona dijo...

bonita, soy la antigua petite mariona, me he cambiado de blog...

Laura Escuela dijo...

estaba triste.
y vine.
qué cosa la de buscarte en los momentos de subsuelo
qué cosa.
es de lo que más me ha gustado de tdo lo que te he leído.

un abrazo

1600 Producciones dijo...

De descanso del descanso para decirte: Disfruto plenamente cada una de tus fantásticas descripciones...

Saludo y beso.

Anónimo dijo...

Mira, el otro día cuando lo leí, se me ocurrió todo esto que aquí te dejo. Y lo guardé. Dejé pasar el tiempo para ver si podía reducir mi comentario, pero hoy al volver a abrirlo casi me ha dado un yuyu al intentarlo... Así que paso. Ahí va todo. Y conste que me da bastante corte, soltar todo el
rollo:



“Pues, pudiste haberle dicho que a Charlie Chaplin se le han puesto las cejas y el bigote blancos; por ejemplo. Y que, sintiéndolo mucho cambió su bastón por un rodillo gordo... ¡Cómo se te va a ocurrir nada si no tienes tiempo, con esa agenda tan apretada: 7:00, 7:15, 8:00, etc.! Qué estrés, colegui.

Bien, habíamos llegado a la conclusión de que las palabras no sirven para nada. No, espera... Eso no era hoy. Retomo... En vez de comentario, arriesgaría una solución para un supuesto práctico parecido a lo que hoy se lee: si no hay nada que decir pues agarra (lo /la/ los /las/ le/ les) para que no se vaya, dejar la mano blanca o el cuerpo blanco en el cuerpo del otro, con simpatía, y dejar que fluya el lenguaje bajo el pretexto del quitamanchas. Eso, claro, si se me permite “la ocurrencia”, que no sé... En cualquier caso, y ya en serio, está bien expresar que no tienes nada que decir o que no sabes que decir. En todas las elecciones siempre cuenta el no sabe/ no contesta (en este caso sí que contesta, pero no sabe). Es algo que hay que decir, siempre. Incluso reivindicar. Bravo por ti, y por quien lo haga. Por desgracia casi nadie lo hace.

A mí, me pasa lo contrario. Me callo por no abusar, y me callo por no molestar. Pero siempre quiero decir; siempre encuentro algo que decir/ te/ lo/ la/ i/ lo/ le. Les. Mira. Le. ¡Ea!"

Un saludo salvavidas.

rubén m. dijo...

Terrible entrada. He sentido la dilatación del tiempo -de pequeño tenía una pesadilla que a veces recuerdo, físicamente: en un estado de duermevela, "algo" comenzaba a dilatarse, en la oscuridad, al ritmo de mi respiración, y sabía que si crecía demasiado escucharía gritos que me dejarían sordo o algo peor. Esa dilatación de la pesadilla la he leído aquí, cuando el tiempo empieza a ensancharse monstruosamente, vacío.

La imagen de la ebriedad me ha traído uno de esos paralelismos, telepatías o intersecciones: acababa de abrir tu blog y mientras me cambiaba de ropa sonaba un tema de Mark Lanegan, oportunamente titulado "Borracho", que hoy no he parado de escuchar.

http://www.youtube.com/watch?v=gcT-4B23doE

"One whiskey for every ghost"... quizá sea hora de tomar un whisky por cada fantasma.

Un abrazo, y cuídate.

Luna Roi dijo...

De se pasillo, de esa misma planta abrí una puerta y, sin embargo, no era la tuya.

El color... ¿no debería ser siempre alegre?

Beso,

Luna

Mariona dijo...

gracias por seguirme a mi nueva aventura :)

BUENAS NOTICIAS dijo...

Te voy a pedir que me prestes esa brocha y esa pintura, querida paciente, necesito hacer un agujero en mi vida...
Tu relato me ha resultado desgarrador, se me ha clavado en la garganta. Tal vez porque allí es donde siento esas palabras que no supiste decir, que no supieron brotar. No sé. Tu escritura es gratamente desconcertante.
Un beso gigante. A la espera de verte muy pronto.

BUENAS NOTICIAS dijo...
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